De los sueños, las frustraciones, y las pelotas de fútbol.
Un indeciso en la colina. Decide saltar. Decide dejar todo atrás. Algo nuevo que buscar. Aprieta sus manos. Le suda la frente. Se limpia las gotas de nervio. Se despide de su madre. Ya lo vuelve a vivir. Le reza un padrenuestro y mira al cielo. Toca su foto. Siempre la extraño. Se acuerda de Paula. Ya no quiere saltar. Y si no hay cielo? Y si peor aun, no hay infierno? Y si se casa ella? Tres hijos y una casa en las afueras de la ciudad. Un horario de oficina y buscar a los chicos del colegio. Con quien? Y por que? Siempre le tuvo miedo al compromiso. O quizá siempre le tuvo miedo al compromiso conmigo, piensa. Arroja una piedra al abismo, con rabia. Quiere ver su caer. Disfruta esperar el golpe, cuando toque el suelo, como si el se viera en ese pedazo de nada. Tal vez se encuentre con su padre. Si es que le toca el círculo infernal mas podrido de los que Dante pudo ofrecer. Por lo menos ahí vengaría todo lo que en la Tierra le echaba la culpa
Cualquier cosa, mejor que vivir otros años más culpando al abandono de su carácter vacío e insípido. Rabia. Todo su ser es rabia. Se determina a brincar. Piensa en Dios. En todas las imágenes sacras de su educación católica. Piensa en Jesús. Ve su cara. Piensa en la Virgen María. Se acuerda de los rosarios rezados pidiendo al cielo que cure el cáncer de mamas. Paula tampoco era virgen cuando la conocí. Quizás te mueras, conozcas a ésta, y tampoco lo sea, se persuade. Se acuerda de Paula y sus andanzas. Los incidentes de cama, que nunca perdono. Se acuerda esa noche en el bar, y de Julio, y la cuenta que se ofreció a pagar. En verdad, Julio siempre pagaba sus cuentas. Sean estas en moneda, o en lágrimas de seda. Extraña a Julio. Lo quiere llamar. Da un paso hacia atrás.. Maldice a la vida y empieza a llorar. Ya no sabe que hacer. Se mira las manos. Mira el abismo, el infinito. La caída, y cuando morirá. Ahora titubea. Se acuerda de Julito. El martes cumplió 6 años. Se le vino a la mente la profesora particular que aún le falta por pagar. Los problemas de aprendizaje no vienen gratis, se reprocha. Bueno, todo eso iba a acabar. Dejaría a Julito, en manos de Paula, tal cual como lo dejaron a el, en manos de Juana. Se imagina su sonrisa de dientes separados, de dientes de leche. Saca su billetera. Mira su foto y la besa. La quita. La mete en el bolsillo de su camisa, ese que esta a la altura del pecho, justo delante del corazón. Mira su billetera de nuevo. Vacía, sin billetes y con tarjetas vencidas, y por pagar. La tira con vehemencia. Ya de nada le servía. Se iba a morir, se convencía. Y ahí estaba el, a punto de saltar. A punto de terminar lo que nunca en verdad llego empezar. Siempre creyó que la vida iba a ser como el pensaba. En sus tardes, de pequeño, cuando jugaba a ser alguien que quería ser y pensaba que bueno a los treinta capaz llegue. Y se sumergía en esos anhelos de frustración presente (que en ese momento era presente) y los trasladaba en fantasías de oro que pendían de los permisos del tiempo y las oportunidades de la vida como una rama de de manzana fresca pende de la suerte de si árbol y los vientos que le puedan soplar. Tanto así medita el pequeño niño que siempre soñó con ser un jugador de fútbol. Y se irrita. Y mi entiende por qué. Agarra una roca semi esférica, la levanta y empieza a hacer picaditas. Y en eso, aparece Julio, corriendo y jadeando, con lágrimas itodavía frescas en los ojos, y estupefacto se queda mirando al niño de treinta y ocho años jugando a la pelota, que no era pelota pero se entendió el propósito. Luego, Julio, como todo ángel de la guarda pareció entender lo que estaba pasando, y empieza a jugar también con el que antes estaba indeciso. Empiezan a correr, a saltar, a gritar, a ser niños de nuevo. El que antes no sabía cuantos pasos dar para saltar, esta vez parecía más decidido que nunca. Hacia cuanto que Julio lo había visto reír y jugar así. Hasta se puso a cantar. Y en medio de sus saltos, se le cae del pecho como si quemándose de tanto furor, la foto de Julito. En eso, Julio se aproxima a levantarla, y devolviéndola con un abrazo me dice: Quizás, como ves, no llegaste nunca a ser un jugador de fútbol. Pero falta mucho todavía para que se cumplan los noventa minutos. Cualquier cosa puede pasar. Ahora depende de vos entrar a la cancha, o seguir en la banca. La complementaria ya ha empezado. Y ahora es cuando te toca.
Cualquier cosa, mejor que vivir otros años más culpando al abandono de su carácter vacío e insípido. Rabia. Todo su ser es rabia. Se determina a brincar. Piensa en Dios. En todas las imágenes sacras de su educación católica. Piensa en Jesús. Ve su cara. Piensa en la Virgen María. Se acuerda de los rosarios rezados pidiendo al cielo que cure el cáncer de mamas. Paula tampoco era virgen cuando la conocí. Quizás te mueras, conozcas a ésta, y tampoco lo sea, se persuade. Se acuerda de Paula y sus andanzas. Los incidentes de cama, que nunca perdono. Se acuerda esa noche en el bar, y de Julio, y la cuenta que se ofreció a pagar. En verdad, Julio siempre pagaba sus cuentas. Sean estas en moneda, o en lágrimas de seda. Extraña a Julio. Lo quiere llamar. Da un paso hacia atrás.. Maldice a la vida y empieza a llorar. Ya no sabe que hacer. Se mira las manos. Mira el abismo, el infinito. La caída, y cuando morirá. Ahora titubea. Se acuerda de Julito. El martes cumplió 6 años. Se le vino a la mente la profesora particular que aún le falta por pagar. Los problemas de aprendizaje no vienen gratis, se reprocha. Bueno, todo eso iba a acabar. Dejaría a Julito, en manos de Paula, tal cual como lo dejaron a el, en manos de Juana. Se imagina su sonrisa de dientes separados, de dientes de leche. Saca su billetera. Mira su foto y la besa. La quita. La mete en el bolsillo de su camisa, ese que esta a la altura del pecho, justo delante del corazón. Mira su billetera de nuevo. Vacía, sin billetes y con tarjetas vencidas, y por pagar. La tira con vehemencia. Ya de nada le servía. Se iba a morir, se convencía. Y ahí estaba el, a punto de saltar. A punto de terminar lo que nunca en verdad llego empezar. Siempre creyó que la vida iba a ser como el pensaba. En sus tardes, de pequeño, cuando jugaba a ser alguien que quería ser y pensaba que bueno a los treinta capaz llegue. Y se sumergía en esos anhelos de frustración presente (que en ese momento era presente) y los trasladaba en fantasías de oro que pendían de los permisos del tiempo y las oportunidades de la vida como una rama de de manzana fresca pende de la suerte de si árbol y los vientos que le puedan soplar. Tanto así medita el pequeño niño que siempre soñó con ser un jugador de fútbol. Y se irrita. Y mi entiende por qué. Agarra una roca semi esférica, la levanta y empieza a hacer picaditas. Y en eso, aparece Julio, corriendo y jadeando, con lágrimas itodavía frescas en los ojos, y estupefacto se queda mirando al niño de treinta y ocho años jugando a la pelota, que no era pelota pero se entendió el propósito. Luego, Julio, como todo ángel de la guarda pareció entender lo que estaba pasando, y empieza a jugar también con el que antes estaba indeciso. Empiezan a correr, a saltar, a gritar, a ser niños de nuevo. El que antes no sabía cuantos pasos dar para saltar, esta vez parecía más decidido que nunca. Hacia cuanto que Julio lo había visto reír y jugar así. Hasta se puso a cantar. Y en medio de sus saltos, se le cae del pecho como si quemándose de tanto furor, la foto de Julito. En eso, Julio se aproxima a levantarla, y devolviéndola con un abrazo me dice: Quizás, como ves, no llegaste nunca a ser un jugador de fútbol. Pero falta mucho todavía para que se cumplan los noventa minutos. Cualquier cosa puede pasar. Ahora depende de vos entrar a la cancha, o seguir en la banca. La complementaria ya ha empezado. Y ahora es cuando te toca.
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